Además, también se sintió atraído por su modo de vestir. A él no le interesaba demasiado la ropa y apenas se fijaba en cómo iban vestidas las mujeres, pero, sin embargo, se quedó profundamente admirado al ver cómo aquella chica sabía llevar la ropa. Incluso puede decirse que lo conmovió. Había muchas mujeres que vestían con buen gusto. Muchas que iban más elegantes que ella. Pero el caso de aquella chica era diferente. Ella vestía con tanta naturalidad, con tanta gracia, que parecía un pájaro envuelto en un aire especial que se dispusiera a alzar el vuelo hacia otro mundo. Nunca había visto a alguien que llevara la ropa con tanta alegría. Incluso la ropa, al envolverla, adquiría una vida nueva. Ella le dio las gracias y se marchó. Pero incluso después de que ella recogiera el trabajo y se fuera, él siguió sin poder pronunciar una palabra. Permaneció sentado ante la mesa, aturdido, incapaz de hacer nada hasta que anocheció y la habitación quedó a oscuras
Haruki Murakami - Sauce ciego, mujer dormida
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